Una ambientación tardomedieval-renacentista
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La época en la que transcurre El Devorador de Virtud siempre la describo como una ambientación tardomedieval renacentista. Se trata de un momento de transición, en el que la herencia medieval empieza a desdibujarse para dejar paso a nuevas formas de pensamiento, estructuras sociales más dinámicas y modelos políticos que se alejan de las monarquías y los cargos hereditarios. Las personas comienza a situarse en el centro de las decisiones y de la vida pública, mientras las ciudades se consolidan como núcleos de comercio, poder y cultura. El feudalismo es muy residual y solo subsiste en algunos territorios periféricos fuera de la Unión.
En este mundo todavía quedan ecos de lo medieval: murallas, fortalezas en ruinas o castillos bajo asedio que recuerdan un pasado turbulento. Pero junto a esos restos conviven rasgos claramente renacentistas: grúas articuladas en los muelles, elevadores de agua, artefactos de purificación, mercados llenos de especias y telas exóticas, y plazas donde la vida urbana se mezcla con celebraciones, ferias y debates abiertos. La innovación técnica y cultural no es un añadido superficial, sino el reflejo de un mundo en transformación constante.
La política y las instituciones muestran con claridad este espíritu de cambio. En Hiclaria, por ejemplo, los ministros deliberan en la Casa de los Representantes, un Parlamento monumental de cúpulas y columnas que simboliza tanto la solemnidad heredada del pasado como la apertura a un sistema de gobierno más participativo. En estos debates se enfrentan visiones opuestas sobre el progreso, la educación, la innovación o la fiscalidad, revelando que el destino de la Unión se juega tanto en las asambleas como en los campos de batalla. La arquitectura y los espacios públicos —torres doradas, avenidas ceremoniales, plazas solemnes— reflejan el ideal renacentista de grandeza, pero también conservan la rigidez de la tradición.
Todo ello compone un setting de transición, donde lo viejo y lo nuevo conviven y chocan. La Edad Media deja ya solo huellas residuales, mientras el Renacimiento abre caminos de innovación, individualismo y crítica. Castillos y gremios coexisten con parlamentos y artefactos mecánicos, y es en ese choque de fuerzas donde se desarrollan los dilemas de mis personajes. Un mundo en el que la tradición lucha por resistir al mismo tiempo que el cambio avanza con fuerza imparable.