Tres maestros en mi camino: Delaney, Tolkien y Rothfuss
(Tiempo de lectura: 8 minutos)
A lo largo de la vida, hay libros y autores que nos marcan de una manera especial. En mi caso, tres nombres se destacan por encima de todos: Joseph Delaney, J.R.R. Tolkien y Patrick Rothfuss. No porque me hayan empujado a escribir —eso era algo que ya sentía dentro de mí—, sino porque cada uno de ellos me enseñó, a su manera, cómo contar una historia.
Joseph Delaney: el descubrimiento
De pequeño no me gustaba leer. Me aburría, lo sentía pesado y no conseguía engancharme a ningún libro. Hasta que, a mis once o doce años, un familiar me regaló El aprendiz del espectro, de Joseph Delaney. Decidí darle una oportunidad, y lo que encontré me cambió para siempre.
Delaney escribía con una claridad directa, un ritmo ágil y una atmósfera oscura que atrapaba sin ser densa. Tenía la habilidad de crear misterio en lo cotidiano, de hacer que un pueblo, un granero o una taberna se convirtieran en escenarios inquietantes. Y, sobre todo, hacía que el lector caminara al lado del protagonista, sintiendo su miedo y su valentía. Aquello fue un antes y un después para mí: devoré el segundo y el tercer libro, y seguí la saga con una fascinación inagotable. Desde los doce hasta los dieciséis, fueron los años en los que más libros he leído en mi vida. Delaney me abrió la puerta de la lectura, y gracias a él me animé a descubrir otros mundos y autores.
Tolkien: la maravilla del detalle
Más adelante llegó Tolkien. Ya había visto las películas de El Señor de los Anillos, y ese universo me fascinaba tanto que decidí leer sus libros. Su escritura me maravilló por completo. La profundidad de su mundo, el cuidado obsesivo por los detalles, los idiomas inventados, la geografía minuciosa, la coherencia entre mitología e historia… todo ello componía un tapiz incomparable. Tolkien no solo quería entretener: quería construir un legado cultural, moral y espiritual. Admiré mucho esa ambición y esa capacidad de dar sentido trascendente a la fantasía.
Ahora bien, nunca me vi (ni me veo) como un potencial Tolkien. Su forma de escribir, cargada y a veces solemne, no es la que más resuena conmigo. Prefiero otro tipo de ritmo narrativo. Pero lo admiro profundamente: no solo creó mundos, sino que les otorgó un alma. Y esa lección me ha acompañado en mi escritura.
Rothfuss: la conexión íntima
El tercer gran nombre que llegó a mi vida fue Patrick Rothfuss, con El nombre del viento. ¿Qué decir de su obra? Sencillamente brillante, aunque con una luz distinta a la de Tolkien. Rothfuss escribe con una voz íntima, cercana y envolvente, que combina entretenimiento, misterio y emoción de una manera magistral. Sus libros “entran solos”: tienen la ligereza justa para atraparte y la densidad justa para hacerte pensar. Ese equilibrio entre lo épico y lo humano, entre lo fantástico y lo personal, me resultó casi perfecto. Su forma de narrar conecta profundamente conmigo, porque logra hacerte sentir dentro de la historia sin que la forma opaque al fondo.
Tres maestros, un mismo camino
No puedo decir que Delaney, Tolkien y Rothfuss me empujaran a escribir: el deseo de contar historias siempre estuvo en mí. Pero sí puedo afirmar que me guiaron como maestros invisibles, cada uno con su estilo y su lección particular. Delaney me enseñó a amar la lectura. Tolkien me mostró la importancia de la profundidad y la moral en una obra. Rothfuss me inspiró con una forma de narrar que resuena con mi propia voz.
Y aunque yo nunca seré ellos —ni lo pretendo—, los tres me acompañan, de algún modo, en cada página de El Devorador de Virtud.