Mi proceso creativo: cómo empecé a escribir El Devorador de Virtud

(Tiempo de lectura: 6 minutos)

Cuando decidí ponerme en serio a escribir mi primera novela, no partí de cero absoluto. Llevaba tiempo dándole vueltas a un par de ideas: por un lado, una trama centrada en un protagonista que quería explorar, y por otro, un trasfondo mucho más amplio, un contexto que diera sentido a todo un mundo. Tenía las piezas sueltas, pero no el tablero completo.

Lo primero que hice fue documentarme. Quise entender mejor qué hacía falta para levantar una buena historia de fantasía y, sobre todo, qué errores debía evitar. Vi decenas de vídeos en YouTube, escuché podcasts, leí libros y artículos sobre escritura, y fui anotando todo lo que me parecía esencial. Con el tiempo, terminé con dos listas: una de “esenciales” y otra de advertencias sobre lo que debía evitar a toda costa.

A grandes rasgos, mi lista de esenciales se sostenía en cuatro pilares: 1) la ambientación, con todo lo que implica —época, territorios, razas, símbolos, costumbres, meteorología, paisajes—; 2) los personajes, desde su apariencia física hasta sus motivaciones, ideales, fortalezas y debilidades; 3) la trama, con un argumento principal y secundarios bien desarrollados; y 4) el diálogo y el estilo narrativo, es decir, cómo quería contar la historia, con qué voz y con qué ritmo. Cada uno de estos pilares se desplegaba en una larga serie de sub-puntos que me obligaban a pensar con detalle.

El método que adopté fue simple, aunque exigente: hacerme preguntas y responderlas yo mismo. “¿Cuál es el problema principal en Hiclaria y en la Unión? ¿De dónde viene ese conflicto? ¿Cómo interactúan las diferentes culturas? ¿Por qué este personaje actúa con tanto recelo? ¿Qué temores arrastra aquel otro?” Cuantas más preguntas me hacía, más claro se volvía el esqueleto de la historia.

Así pasé cerca de un año trabajando en lo que llamo mi “lore”: unas cien páginas de notas y desarrollo del mundo. Allí definí territorios, símbolos, banderas, tensiones políticas, pasados familiares, miedos colectivos, fenómenos meteorológicos y hasta la naturaleza de lo sobrenatural. Fue una etapa intensa y gratificante, en la que sentí que iba descubriendo un universo que siempre había estado allí, esperando ser contado.

Cuando consideré que el armazón era lo bastante sólido, me lancé a escribir la novela en sí. Y aunque mucho de lo que aparece hoy en El Devorador de Virtud viene de aquellas primeras cien páginas, también debo decir que he añadido, cambiado y eliminado muchas cosas por el camino. La escritura, al fin y al cabo, no es un trayecto recto, sino un viaje lleno de desvíos, hallazgos y transformaciones.

Next
Next

Cómo nació mi novela: El Devorador de Virtud