¿Qué hace a un villano memorable?

(Tiempo de lectura: 10 minutos)

Es una pregunta que me ronda desde hace años. ¿Qué hace que ciertos villanos se nos queden grabados en la memoria mientras otros se desvanecen tan pronto cerramos el libro o salimos del cine? Sé que construir un buen villano, uno que trascienda el papel y permanezca en la mente del lector, no es solo cuestión de maldad o poder. Pero, ¿de qué es cuestión entonces?

A lo largo del tiempo, me he dado cuenta de que los villanos que más recordamos suelen ser aquellos que logran algo más que oponerse al héroe: nos incomodan. Nos obligan a cuestionarnos qué haríamos en su lugar, o si, en el fondo, hay algo de razón en lo que dicen o hacen. Pienso que esa ambigüedad moral es fascinante. No solo en la ficción, sino también en la realidad: basta mirar la historia para entender que el concepto de “villano” es más difuso de lo que parece. Lo que para unos es maldad, para otros puede ser convicción, ignorancia o incluso necesidad.

Pero, ¿qué es realmente un villano? ¿Un ser cruel y despiadado, o alguien que ha llevado una idea hasta sus últimas consecuencias? ¿Es quizás un espejo del protagonista, una versión deformada de sus ideales?. En ese sentido, un villano memorable no es solo el que destruye, sino el que revela algo, sobre el mundo, sobre el héroe o incluso sobre nosotros mismos.

Pienso, por ejemplo, en Magneto de X-Men. Su historia no es la de un simple antagonista, sino la de alguien que sufrió, que entendió el horror de la intolerancia y decidió que el poder era la única forma de evitar volver a ser víctima. Sus acciones pueden ser condenables, pero su motivación es clara, humana, incluso comprensible. Lo mismo ocurre con Thanos en el universo de Marvel: su lógica es perversa, pero su razonamiento está tan bien construido que resulta inquietantemente racional. No busca placer en el mal, sino equilibrio en el caos. Y eso lo hace fascinante.

En el otro extremo, están villanos como Sauron o Voldemort, que representan el mal absoluto, sin matices. Funcionan como fuerzas arquetípicas, más grandes que la vida misma. No los admiramos ni los comprendemos, pero su presencia es tan monumental que parecen inevitables, casi naturales. Son el recordatorio de que, a veces, el mal no necesita un porqué: simplemente existe.

En mi caso, mientras escribía, me di cuenta de que lo que más me atrae de un villano es su motivo ulterior: esa razón profunda, quizá equivocada, pero sincera, que le impulsa a actuar. Un villano memorable tiene una causa que, de algún modo, podría haber sido noble… hasta que se corrompió. Tiene inteligencia, presencia, recursos, y una visión del mundo que, aunque nos repugne, guarda cierta lógica. Lo tememos porque podríamos entenderlo.

También hay algo que tiene que ver con la presencia. Un buen villano no solo aparece cuando toca; su sombra se siente incluso cuando no está en escena. Afecta a los personajes, al ambiente, al tono general del relato. Un villano memorable no necesita gritar: basta con que su ideología o sus decisiones sigan marcando el ritmo de la historia.

Quizá por eso los villanos más interesantes no se definen por su crueldad, sino por su coherencia y su profundidad. Creen en algo. Defienden su causa con la misma convicción con la que el héroe defiende la suya. Y ahí es donde todo se vuelve incómodo: cuando comprendemos que no hay un muro infranqueable entre el bien y el mal, sino un terreno lleno de grises donde ambos se confunden.

Al final, creo que un villano memorable no es el que causa el mayor daño, sino el que deja la mayor huella. El que te hace pensar, el que te obliga a reflexionar, el que no puedes clasificar tan fácilmente.

Y ahora te lanzo la pregunta: ¿qué hace que un villano sea memorable para ti? ¿La inteligencia, el poder, la causa, o algo más difícil de definir?

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