Por qué las novelas deben tener algo que decir
(Tiempo de lectura: 5 minutos)
Siempre he creído que una novela debe tener algo más que una “buena historia”. Para mi, no basta con entretener. Una buena obra, en mi opinión, debe decir algo, dejar una huella, invitar a la reflexión. Debe atreverse a tocar temas que nos incomodan, que nos obligan a pensar o a mirar desde otra perspectiva. Cuando una historia se limita a contar lo que pasa, pero no lo que significa, se queda vacía.
Tratar temas fundamentales, y a veces polémicos, no es un riesgo, sino una necesidad. Las obras que más perduran son las que se atreven a hablar de lo esencial: la libertad, el poder, la moral, la fe, la identidad, la amistad, etc. Al hacerlo, la historia gana profundidad, riqueza y realismo. Los personajes dejan de ser marionetas dentro de una trama y se convierten en personas que reflejan nuestras propias contradicciones. El conflicto deja de ser externo y pasa a ser moral, ideológico, humano.
Pero hay otro motivo igual de importante: las novelas son una forma de aprendizaje. No porque pretendan dar lecciones, sino porque ofrecen una visión del mundo distinta a la nuestra. Cada libro es una conversación entre el autor y el lector, un espacio donde ambos pueden cuestionarse cosas. Leer es, en cierta forma, vivir otras vidas, pensar con otras cabezas y sentir con otros corazones. Por eso creo que toda obra que merezca ese nombre debería dejar al lector con algo más que una historia bien contada: debería dejarle una idea que le acompañe.
En mi caso, eso es lo que he intentado con El Devorador de Virtud. No se trata solo de un mundo fantástico, ni de un conjunto de tramas entrelazadas. Detrás de cada personaje, de cada decisión y de cada dilema, hay una pregunta sobre el poder, la moral, la libertad o la responsabilidad. Son temas que me inquietan y que he querido explorar desde la ficción, no para imponer respuestas, sino para plantear preguntas.
Al final, creo que la literatura tiene ese poder único: transformar sin adoctrinar, cuestionar sin juzgar, emocionar y hacer pensar al mismo tiempo. Cuando una historia logra eso, cuando un lector cierra el libro con una sensación difícil de describir pero imposible de ignorar, entonces la novela ha cumplido su propósito.